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Paisajes sobre el agua |
De vez en cuando uno se encuentra con poemarios que le devuelven la esperanza en el lenguaje poético y en la profundidad de su limpieza. Este libro del granadino Reinaldo Jiménez abre el apetito e invita a conocer el resto de sus obras seguro de declararse devoto de una expresión tan sincera, tan desnuda y tan significativa. El magma léxico de sus poemas resulta abiertamente diáfano, pues toma la palabra de la naturaleza, del mar, del río, de las aves y de los árboles; todo habla en sus poemas como una voz que fluye y recupera, de manera especular, lo vivido. Aunque se trate de un |
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espejo de memoria. El agua y lo que en ella se refleja es tomado por Reinaldo Jiménez como una metáfora que alberga el sentido de lo que sucedió, como un registro de acciones, de impresiones y de voluntades, como un cuaderno de bitácora que en cada una de sus páginas conservara escrita el acta de una vivencia. Con ello, Reinaldo Jiménez recupera una cita de Alessandro Baricco que abre el poemario y que antecede al primer poema que es también una poética y un avance de lo que nos espera, el camino rehilvanado por un sujeto poético que encuentra un lugar para mirarse y comprenderse: «Mira un hombre / paisajes de su vida sobre el agua» Aunque no siempre «sobre»; también dentro, y, por supuesto, como fruto del agua, como lo son las piedras que arroja el mar, pulidas por la experiencia del viaje entre olas, «lo mismo que la piedra: memoria de la mar / quizá seamos». Los poemas se concentran en momentos muy puntuales y es a partir de la observación de donde crece el diálogo con lo acaecido. De un instante de observación, de visión, surge el «prodigio», «el milagro, su eternidad, la vida», que lo inunda todo de luz, de plenitud solar, del vaivén nutricio de las aguas. Hay así mismo una fijación en el paso del tiempo que se delata en la plenitud del verano, en la llegada del otoño, o en los meses: marzo, noviembre, etcétera. Y se asiste a la sensación de que las variaciones de la luz pintan el mensaje de presagios. La luz, tanto si está presente como si se declara su ausencia «con su pesada sombra / de saurio entre las cosas», es algo más que un marco, pues dota al mensaje de virtualidad simbólica, de una plurisignificación que alimenta el verdadero peso sustancial del poema. Y de igual modo ocurre con el vuelo de las aves que marcan la flecha del destino, de los proyectos, de los deseos y de las vivencias. Como también con los árboles, las plantas, todo aquello que vive gracias al agua y en ella deja su impronta. Paisajes sobre el agua es sin duda un libro altamente recomendable.
Pasqual Mas
Poemas del Libro
PAISAJES SOBRE EL AGUA
Transparencia del mar en la bocana,
el viejo maderamen. Se deshace
la luz sobre los mástiles. Un vaho
de salitre. Contempla
la mañana (es temprano, a lo lejos, muy pronto
arderá el sol sobre las casas blancas)
un hombre que no cree merecer el prodigio
de ese instante. Tiembla,
rompe sus ojos contra el fondo verde
que en otro tiempo creyera impenetrable
y siente hermoso el día y el silencio
es una plenitud que contuviera
en su pecho un fulgor irrepetible.
Se oyen voces lejanas. Mira un hombre
paisajes de su vida sobre el agua.
Vuelan unas gaviotas.
Asciende la mañana.
LA HOJA
No soy más que esta hoja
del otoño que cae y en su vuelo me ofrece
su ingrávida belleza que conduce a un abismo
que a mis ojos es sólo.
Reconozco el instante de su errar
en el aire: ese viento invisible que a veces
en silencio la aquieta y en la tarde le otorga
su levedad más pura; o violento dispersa
su indolente temblor.
Ella es ritmo del aire en su no ser
bogando hacia el lugar
que mis miedos abisman y me hacen
aún más triste que ella
y vulnerable.
LOS AMANTES
Cómo podrá perderse en el confín
del tiempo este momento,
contra qué oscuridad se romperá
su luz, qué lejanía
lo borrará por siempre y de qué modo.
Ahora estás desnuda y en el cuarto
en penumbra tu cuerpo desbarata las sombras.
Quizá un dios nos contemple
desde su cima umbría que se haga de la luz
que del amor nos roba y en su fe
aguardemos acaso esa limosna amarga
de este instante que huye:
haber sido dichosos en el amor del otro.
Qué esta lumbre de ahora en su ser
permanezca. Qué solamente sea
ofrenda nuestra carne para su eterno fuego
y que esta luz se salve
de su impiedad oscura.
ENSEÑANZA
Cuántas veces me salva tu sencilla
enseñanza; ese don
que a los ojos de aquel niño no fuera
sino sólo una forma de descubrir el mundo
y en su amor ha crecido como un himno
luminoso en su noche.
Por que sé que buscabas al horadar la tierra
más allá de la tierra una verdad más honda
y contigo me supe ir haciendo pequeño
bajo el cielo encendido de noviembre.
Todo aquello me salva, padre, en mis horas más tristes:
saberme necesario como el pobre gusano
que horadaba la tierra o sentir que los astros
en su arder no me ignoran y es su luz
una ofrenda para el frío del hombre.
NOSTALGIA
Lento el mar le devuelve una imagen
de entonces. Lo contempla:
se conmueve al mirar su lámina irisada
desde una cima donde rompe su oro la tarde
en añiles que hieren ya su fe insuficiente.
Es la imagen de un hombre que en otra tarde mira
con el miedo de ahora esa grandeza. Está solo.
En sus alas aún puras hace el viento su oficio
porque el hombre franquee el umbral de su miedo.
Ahora vuelve a mirarlo con las alas más rotas,
y en la imagen del otro reconoce el engaño,
la reiterada trampa ineludible
que el destino le tiende.
Sabe que ha de partir para llegar de nuevo,
que nada le redime, que sólo su quietud
es el naufragio.
EL SUEÑO
A media noche abría las puertas de una casa
y penetraba en una sucesión
de idénticas estancias. Advertía
presencias invisibles y era terrible el miedo.
Más tarde convocaba mi sueño otros fantasmas,
máscaras, voces, sombras detrás de cada puerta.
Yo crucé aquella casa, a solas, muchas noches,
sus estancias siniestras... Y es ahora,
al cabo de los años cuando vuelven,
revelación acaso, los signos de aquel sueño:
entiendo que la casa que con temor cruzaba
era mi propia vida y que aquellos fantasmas
de la niñez son hoy estos que con asombro miran
los muros de mi casa, la tenue luz que pongo
a su menor descuido, la música, las flores
que mitigan mi miedo.
LEGADO
Nada puedo ofrecerte que te ayude
a vivir. Ni siquiera estas palabras de ahora
que se irán apagando en su afán contra el tiempo
y que a mí solamente al pronunciarlas salvan
de no estar tan perdido.
Que te acompañe siempre la luz que hay en las cosas
y que sepas en una flor o un ave
resolver la más honda tristeza de tus dudas.
Que no empañen los hombres tu don de la alegría
y el confín más lejano que tus ojos
contemplen sea la inmensa planicie de unas manos
que te amen. Que ese dios al que alces en la noche
tu plegaria te sea humanamente bueno
y en la impiedad del mundo no naufrague
tu amor. Que no te asombres si al ir creciendo te haces
cada vez más pequeño: es el milagro
que no alcanzo a explicarte y te deseo.
LA VIDA
Mírala sin tristeza.
Está escrita en el agua y se te otorga
esa dicha final de contemplarla.
Esa imagen que brota de la hondura
es tu imagen, aunque te cueste a veces
reconocerte en ella.
Sé que todo es extraño y sé que al tiempo
de mirarla también se desvanece.
No pongas vano empeño en retenerla.
Fluye, como el mar fluye, y te devuelve
en tu mirada todas las miradas
de aquellos que una vez
te precedieron y que hoy
se resumen en ti.
Otra tarde vendrán,
al transcurrir del tiempo, otros ojos y en ellos,
desde dentro del agua te verás reflejado.
Mírala sin tristeza,
y pon flores que viajen más allá
de la sombra.